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Hasta siempre, Roberto

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Lealtad, trabajo y generosidad.  Son muchas, muchísimas las cualidades que Roberto Matute Díaz reunía en su persona, pero estas tres son quizá las que más fácilmente acuden a mi mente cuando me dispongo a escribir estas líneas de lo que pretende ser un pequeño homenaje a un hombre sencillo y discreto.  Un hombre de pueblo en el más honroso y magnífico sentido de la expresión y un hombre del pueblo que siempre, hasta el último día, estuvo preocupado por los demás, por el futuro de su pueblo, por el progreso de su tierra y por legar a su hijo, a su nieta y a todos sus paisanos, un mundo mejor en el que vivir.

Roberto Matute se comprometió con la política desde el ayuntamiento de San Asensio y fue elegido diputado en aquella Diputación Provincial que dio paso a la constitución de La Rioja como Comunidad Autónoma.  Integró por lo tanto aquel pequeño grupo de 32 riojanos que tuvieron el honor de firmar el primer Estatuto de Autonomía de La Rioja y fue siempre un convencido defensor de los valores riojanos y de nuestra capacidad de autogobierno.  Esos fueron los únicos cargos institucionales que ocupó en política y, sin embargo, siempre vivió la política con pasión, con entrega y con generosidad y seguía siendo, incluso hoy en día, después de tantos años de dejar la política activa, un importante referente para muchos políticos de todo signo, que siempre encontraron en Roberto a esa persona naturalmente sabia, intuitiva, dialogante y dispuesta a propiciar el acuerdo y el entendimiento entre todos.

Siempre tuvo abierta su histórica bodega para acoger a todo tipo de personas, de cualquier procedencia y pensamiento y estoy seguro de que jamás hizo distingos en su trato hacia ellos por cuestión ideológica.  Todos cabían en su bodega; para todos había un vaso de buen vino y un “casco chorizo”, como decimos los riojanos o unas chuletillas o un poco morcilla pero, sobre todo, lo que encontrabas era mucho sentido común, mucha generosidad y mucha ilusión.

En esa bodega, al calor de su fogón y con algunos de esos ingredientes, terminó de forjarse la idea de constituir un partido político regionalista, que no estuviera sometido a los dictados de una sede central desde Madrid y que trabajara exclusivamente por los intereses de los riojanos.  Allí terminó de crearse el Partido Riojano y jamás, en estos 32 años transcurridos, nuestro partido ha perdido ese “espíritu de San Asensio” del que tantas veces hemos hablado en estos años; ese espíritu de concordia, de amistad, de complicidad sana y creativa, de convencimiento de que estábamos haciendo algo histórico e importante para La Rioja.  Y ya lo creo que lo hicimos… ¡y lo seguimos haciendo!, a pesar de tantos obstáculos.

Para los hombres y mujeres del Partido Riojano, perder a unos de sus históricos fundadores y hacerlo además de una forma tan abrupta, sin tiempo para asimilarlo, no es fácil. Para mí, perder a uno de aquellos referentes con los que tuve la suerte de compartir mis primeras experiencias políticas, tampoco es fácil.  Pero mucho menos fácil va a ser perder su amistad, su cercanía, su presencia siempre serena y acogedora…

Su muerte no puede pasar inadvertida para todos los que le hayan conocido porque ha sido su vida la que ha dejado huella en todos nosotros. Yo creo que Roberto sentía y vivía la vida con la misma energía, con la misma intensidad que ponía en la política que tanto le gustaba, como un permanente acto de generosidad hacia el prójimo que solo se podía realizar mediante el trabajo y con una enorme lealtad a sus ideas, a su familia y a sus amigos.  Era fácil ser su amigo, era fácil de querer, se hacía querer porque era un hombre sencillo, afable y honrado tanto en su carácter como en su comportamiento, los ingredientes esenciales que debe reunir un hombre de bien.  Y Roberto Matute Díaz siempre ha sido un hombre de bien, de esas personas que están hechas de buena pasta y miran siempre al frente sin llevar cuentas del mal que pudieran hacerle.

Esta tarde, cuando volvía de su funeral en San Asensio y he pasado por delante de su carnicería, he sentido un escalofrío al ver su esquela pegada en la puerta. Creo que todavía no soy consciente de lo irremediable… Será por eso que me cuesta tanto escribir estas líneas. No termino de hacerme a la idea de que no vaya a estar en la puerta para decirnos: “¡Espera que cojo un poco chorizo y echamos un trago…!”  Echaré un trago largo en tu memoria, compañero.  Y brindaré por ti en San Asensio, igual que tantas veces lo hice a tu lado. Y estoy seguro que, a cada paso, encontraré personas que me hablarán de ti porque permanecerás en su memoria igual que en la mía, porque te recordarán como siempre fuiste, un hombre de bien, de esos que su recuerdo te deja un calorcito entrañable en el corazón.

Hasta siempre, Roberto. Gracias por enseñarnos tanto con tu ejemplo de generosidad, trabajo y lealtad.

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