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REFLEXIONES ANTE EL DRAMA DE CEUTA (14/02/2014)

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Ayer se desarrolló en el Parlamento de La Rioja un pleno ordinario. Nunca mejor aplicado este calificativo porque verdaderamente fue muy ordinario. Ordinario fue su contenido y ordinario fue también el comportamiento de los diputados, -incluido el mío- en un pleno en el que la indolencia y la constante mentira en la que se ha instalado el Gobierno de La Rioja desde hace años, fue cargando el ambiente de tensión. No hubo insultos ni faltas de respeto, al menos no como en otras ocasiones, pero hubo hartazgo; hartazgo de una oposición que sufre a diario el desprecio y la burla del Gobierno y de los diputados del Partido Popular y la indefensión de un presidente del Parlamento que se comporta con una absoluta indignidad respecto de las obligaciones que le corresponden como presidente. Para mi fue un pleno muy incómodo aunque reconozco que mi indignación y cabreo es difícil de explicar a quienes no viven el día a día de la actividad parlamentaria. Bueno, mejor tendría que decir el mes a mes de la actividad de un Parlamento que cada día se muestra más prescindible en la vida política de La Rioja.

Ayer, después del pleno, me fui a mi casa, con los niveles de adrenalina al máximo como consecuencia de la indignación extrema que sentí a lo largo del pleno escuchando las descaradas mentiras de los miembros del Gobierno y la vergonzosa indolencia con la que los diputados del PP asistían al espectáculo parlamentario. No he dormido bien, no estaba a gusto con mi propio comportamiento pero, sobre todo, estaba alterado por la esperpéntica situación que, una vez más, vivimos en el Parlamento de La Rioja.

Cuando me he levantado esta mañana y he puesto la radio, mi enfado de ayer me ha parecido ridículo. Me he avergonzado de que las descaradas mentiras de Pedro Sanz; la manipulación de Emilio del Río o la dócil estupidez de algunos otros, me hubieran quitado el sueño…, comparadas con las mentiras y las manipulaciones del ministro del Interior y las del director general de la Guardia Civil… ¡me han parecido tan absurdas y banales!

¿Cómo es posible que no hayan dimitido todavía estos dos infames personajes? O más aún, ¿cómo es posible que el presidente Rajoy todavía no los haya fulminado de su Gobierno? Lo que ha sucedido en Ceuta no es ninguna tontería: han muerto 14 seres humanos, debido a la irresponsable actuación de la Guardia Civil.

Criticar esta actuación de la Guardia Civil no es criticar a todo el Benemérito Cuerpo, si no sólo eso, criticar una acción. En este caso concreto, una acción claramente equivocada que ha tenido consecuencias trágicas y que debe saldarse, además de con al menos 14 cadáveres, con el esclarecimiento inmediato de la verdad, de las causas que provocaron esa acción y con la asunción de responsabilidades por parte de quien dio a los guardias una orden tan disparatada como para provocar esta masacre.

Después de negar una y mil veces la evidencia, ayer el ministro del Interior tuvo que admitir que la tragedia de los inmigrantes fallecidos en Ceuta, fue provocada por la Guardia Civil, que disparó balas de fogueo y pelotas de goma contra los inmigrantes que pretendían llegar a nado a las costas españolas. ¿Quién fue la mente “preclara” que pensó que esos disparos no iban a generar el pánico entre los inmigrantes? ¿Quién consideró que unos pobres indigentes nadando en medio del océano, agarrados a rudimentarios flotadores, suponían una amenaza para los guardias o para la seguridad del Estado?

No he podido evitar pensar en la imagen del ministro Fernández-Díaz yendo a comulgar esta mañana en la misa diaria a la que acude. No he podido evitar recrear en mi imaginación su imagen acercándose con recogimiento a recibir la comunión, como si nada hubiera pasado, convencido de que su defensa ultramontana de la vida y en contra del aborto, le convierte en un cristiano más digno que los que defendemos los derechos de los seres humanos que ya están en este mundo. No he podido evitar recrear en mi imaginación la escena de otros tantos hipócritas que se habrán acercado a saludarle o que le habrán dado el abrazo de la Paz, orgullosos de codearse con el ministro que con tanto ahínco y empeño defiende el derecho a la vida. El ministro que, al mismo tiempo que condena a una mujer por interrumpir el proceso de gestación de un feto en un momento inicial del mismo, justifica con pasmosa tranquilidad, el terrible crimen que supone empujar a una muerte segura a, -de momento-, catorce personas nacidas, adultas y llenas de esperanzas e ilusiones que se han visto truncadas por las balas de fogueo y las pelotas de goma que algunos irresponsables ordenaron disparar.

Cuando he pensado todo esto he sentido una vergüenza bien amarga. Vergüenza por el comportamiento general de los seres humanos que nos indignamos con nimiedades cotidianas mientras a nuestro alrededor se están viviendo –o muriendo-, auténticos dramas humanos. He pensado en el pleno del Parlamento de La Rioja de ayer y no he podido esbozar una mueca de amargura pensando en el patético espectáculo que ofrecemos sobre todo teniendo en cuenta la verdadera tragedia que se vive al otro lado de los muros del Parlamento y la indolencia y altanería con que la afrontan algunos.

 

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